Es duro decirlo, más aun leerlo y aun más, si cabe, padecerlo. Creo que soy la única persona -o al menos la única a la que conozco- en el mundo a la que no le gustan las vacaciones. No me malinterpretéis. Las vacaciones tendrían que ser momentos de descanso, de relax, de tomar una caipirinha frente a la piscina - porqué mar en Madrid de momento nos escasea-, ir a los lugares a los que nunca vamos, viajar, y infinitas cosas más que no incluyen ruido, demasiada activación, cansancio ni ganas de morirse.
Tener un niño de dos años casi tres no ayuda a relajarse y menos si es un torbellino, que lo ves en Madrid y al momento lo ves en Cuenca.
Tengo la teoría de que el niño me ha salido hiperactivo, quizás porqué alguna que otra copa de cava catalán me bebí durante el embarazo - no penséis que soy una borracha, fueron 2 o 3-.
Iker es mi niño, mi cielo, mi todo, pero a pesar de ser todas las cosas bonitas del mundo también es mi mini-pesadilla cuando se lo propone.
El verano pasado, el primero divorciada, decidí que nada ni nadie me iba a arruinar las vacaciones, así que cogí al niño y nos plantamos en Valencia, que como buena madrileña voy a veranear a Valencia - como el 99% de la población de la Comunidad de Madrid-, así, con una mochila, dos maletas, un cochecito y un niño con gorra que le hacía pedorretas a toda la persona que pasaba por delante suyo - esto da para otro capítulo del blog -.
Ahora puedo decir que, mi idea de 'ni nada ni nadie me va a arruinar las vacaciones' no contemplaba a mi hijo.
De las dos semanas que alquilé el apartamento -maravilloso, cerca de la playa de la Malvarrosa- nos tiramos una batallando para que durmiera por las noches. Se ve que tenía miedo de dormir en una cama y en una casa que no era la suya. Cuando por fin conseguí que Iker durmiera por las noches, y ya transformada en un Gollum, el siguiente paso fue enfundárle el traje de baño a mi descendencia y ponerme un bikini en el que dejaba a relucir todas mis imperfecciones maternales, nos fuimos a la playa.
La playa fue otra odisea, hasta los 5 días después de llegar a Valencia no conseguí que el niño metiera un pié en el agua. Lo cogía en brazos y él se liaba a patalear, a llorar y a montarme un pollo monumental delante de los valencianos que me juzgaban por dejar que mi hijo montara tal espectáculo digno del mismísimo Teatro Real de Madrid.
Otra odisea, a la que se le podría dedicar una película de Hollywood -me pido que haga de mi Angelina Jolie o Denise Richards-, fue al irnos. Sé ve que el niño le había cogido gustillo al lugar y me montó un berrinche en la puerta del apartamento, otro en el aeropuerto, otro en el taxi de vuelta a casa, otro en casa... podríamos decir que me tiré una semana mirando casas en Valencia, cerca de la Malvarrosa eso si, para ver si así el niño recuperaba la esperanza en volver a tan maravilloso lugar - y se callaba de una vez-.
Como he mencionado antes, soy divorciada, pero creo que eso no influye realmente en mis vacaciones, al contrario, ayuda. Al menos los 20 días que Iker esta con su padre me puedo relajar - dicho sea de paso que son los únicos en todo el año-.